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Arte rupestre de Coquimbo

Pictograbado. Valle de Illapel

A lo largo y ancho de la Región de Coquimbo se encuentran múltiples evidencias arqueológicas que nos permiten comprender y reconstruir la vida de los antiguos habitantes de la zona. Una de las más recurrentes es el arte rupestre, consistente en representaciones visuales pintadas y/o grabadas sobre rocas

Los motivos, procedimientos de elaboración y emplazamiento de estas imágenes entregan valiosos indicios para reflexionar sobre las formas en que las distintas comunidades nativas organizaron su espacio, cuáles sitios destinaron a sus viviendas y cuáles utilizaron como vías de tránsito, las características de sus técnicas productivas y los aspectos simbólicos y prácticos de sus mundos.

Transformaciones de una práctica ancestral

La tradición de producir arte rupestre en Coquimbo se extendió por 3500 años, comenzando con las figuras plasmadas por cazadores-recolectores hacia el 2000 a. C. y manteniéndose de manera interrumpida, al menos, hasta tiempos de contacto de las poblaciones indígenas con los conquistadores españoles. A lo largo de este tiempo es posible identificar una serie de transformaciones en las lógicas de manufactura y los motivos de las imágenes, cambios que reflejan las dinámicas históricas particulares de cada momento.

Las evidencias más tempranas corresponden a las pinturas rupestres realizadas entre el 2000 a. C. y el 500 d. C., en las que predominan los diseños no figurativos de color rojo. Posteriormente, entre el 500 y 1000 d. C., se observa una nueva expresión, correspondiente a grabados de surco profundo que por lo general representan grandes cabezas con tocados, conocidas como «cabezas tiara». Estos petroglifos fueron realizados por cazadores-recolectores molle, a quienes se considera también como los principales productores de piedras tacitas en la región. 

A diferencia de las comunidades precedentes, los diaguitas desarrollaron grabados de surco más bien superficial, donde son recurrentes diseños no figurativos complejos, representaciones humanas y de camélidos. Sin embargo, a partir del siglo XV, el arte rupestre diaguita sufrió modificaciones significativas como consecuencia del contacto con dos imperios expansionistas. En primer lugar, tras la incorporación de Coquimbo al Estado incaico hacia 1450, los diaguitas continuaron marcando las rocas en sus espacios ancestrales, pero integrando elementos incas a su iconografía –tal  como en la alfarería–. Muy distintas fueron las repercusiones que tuvo la posterior llegada de los conquistadores españoles a mediados del siglo XVI: la producción de petroglifos –que en esta época incorpora motivos cristianos como cruces y clérigos, y escenas de monta– disminuyó considerablemente, hasta desaparecer por completo. 

Museos al aire libre

Las rocas marcadas que se encuentran en numerosos sitios de la Región de Coquimbo condensan la historia del territorio y de los distintos grupos humanos que lo habitaron, sus formas de vida y de comprender el mundo. Sin embargo, el arte rupestre es un recurso patrimonial extremadamente frágil: el cambio climático, la transformación en el uso de los suelos y la alteración de las rocas por parte de las personas –ya sea mediante rayados, extracción o destrozo– constituyen graves amenazas para su conservación. Proteger estos sitios es una tarea urgente, a fin de preservar esa memoria y renovar nuestra relación con el paisaje y la naturaleza.

Descarga el artículo completo ​Arte rupestre de la Región de Coquimbo: una larga tradición de imágenes y lugares, por Andrés Troncoso.